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viernes, 12 de abril de 2013


Mujeres a la venta

Hace unos meses vi que una señora mayor, muy delgada y con el pelo gris atado en un moño, sacaba, con infinita paciencia, unos papelitos doblados ubicados alrededor de un cartel publicitario junto a la parada del colectivo. Había cientos de papelitos y ella los retiraba como si tuviera todo el tiempo del mundo, en una suerte de estado de meditación zen. La curiosidad me pudo y al acercarme me di cuenta que ella estaba quitando anuncios sobre “chicas calientes, mujeres voraces ó De a dos te hacemos lo que quieras”. Su gesto, pequeño y tenaz me emocionó y desde entonces hago exactamente lo mismo que ella, quito cartelitos en los que se vende a mujeres. Nuestro gesto no modifica ni una milésima parte  el amperímetro de la prostitución en nuestro país, pero no puedo dejar de hacerlo. En la prostitución, el problema fundamental es la demanda, sin demanda no hay oferta. De hecho, aún sabiendo que nuestro gesto puede ser inútil, hace unas semanas introduje una innovación. Cuando encuentro a alguien (usualmente varones jóvenes) poniendo papelitos me acerco y les digo: “Hola, ¿sabías que es posible que las chicas que trabajan en ese lugar que estas anunciando sean esclavas sexuales?”. Al principio me escuchan como si un extraterrestre se les hubiera acercado. Y de más está decir que he obtenido una variedad interesante de respuestas, todas, lo confieso, bastante amables pero que van desde:

1-    “A mí me pagan por poner los papelitos, no tengo otro trabajo”.
2-   “No te enojes conmigo (no les hablo enojada), a mi me llaman las mismas chicas para que ponga los papelitos”.
3-   “Mirá si fuera mi hermana que trabaja ahí, también pondría los carteles. Con tal de que le paguen está bien.

Pero independientemente de lo que me digan estos jóvenes,  según el “Informe de la Relatora Especial sobre trata de personas de la ONU, Sra. Joy Ngozi Ezeilo” (2011), la Argentina es país de origen, tránsito y destino de las víctimas de la trata de personas. Hombres, mujeres y niños son víctimas de la trata hacia, desde y a través de la Argentina con fines de explotación sexual o laboral. Las principales víctimas de la trata son jóvenes y niños de ambos sexos. Y obviamente no hay cifras que midan la magnitud de esta tragedia. En los últimos años se ha mejorado la legislación sobre este tema y se han agravado las penas para los delincuentes que se dedican a este negocio pero aún no hay presupuesto para reglamentar dicha ley. Si, tampoco hay dinero para eso. De todas formas, como sociedad civil no podemos delegar toda nuestra responsabilidad, por eso te propongo unirte a la rebelión: unite para sacar carteles, hablar con quienes los ponen y, también, para presionar a nuestros representantes para que dejen de hacer la vista gorda. Trabajemos para que Susana Trimarco no sólo encuentre a su hija Marita Verón, sino para que la trata sea historia.https://www.facebook.com/MartesRojosNoAlaTrata

martes, 9 de abril de 2013


Mientras revistaba la carpeta de notas que había escrito para el Diario La Nación, encontré esta entrevista que le hice, hace algunos años atrás, a Jean Shinoda Bolen, médica y analista junguiana. En la que  explica por qué las mujeres serán las protagonistas del cambio en el mundo y lo que dice es tan vigente que decidí compartirlo.

“Para salvar al mundo, las mujeres deben reunirse”


Lo primero que llama la atención de Jean Shinoda Bolen es su nombre. Norteamericana de nacimiento pero nieta de japoneses, decidió conservar su nombre japonés (Shinoda) como rasgo cultural distintivo. “Lo japonés en mi aparece (además de en mi nombre) en mi gusto estético. Vivo en California, en una casa recostada sobre una montaña que mira hacia la bahía. La sencillez de sus líneas y lo despojado de sus espacios es muy japonés”.  Lo segundo que impacta de esta mujer de estructura pequeña es su voz, clara, vibrante y juvenil. Se adivina, en cambio, una enorme fuerza interior, una que la llevó a tener dos hijos, Melody (médica pediatra de treintilargos años) y a André, que murió cuando tenía 29, años aquejado de una rara enfermedad. Y que también la lleva a repartir sus días entre la escritura de sus libros-más de 10 títulos traducidos a más de diez idiomas-, su trabajo clínico y sus conferencias alrededor del mundo. 

¿Por qué dice que serán las mujeres las que cambiarán el mundo? Y en todo caso, ¿cómo se beneficiaría la humanidad con dichos cambios?
Cuando digo que las mujeres cambiarán el mundo lo digo porque creo que una gran mayoría de ellas trae consigo un deseo de paz y de cuidado de los más jóvenes. Vienen dispuestas a aportar a la humanidad dos energías poderosas y transformadoras: la maternal, con su ternura y la de la hermandad, con su equidad. Sin embargo, no creo que todas las mujeres traigan ese potencial de cambio porque de hecho las mujeres más tradicionales o “patriarcales” no están involucradas en este proceso. Ahora bien, esta modificación es muy relevante porque significa un cambio de paradigma en la relación entre hombres y mujeres, el pasaje de una relación de dominación a una relación entre iguales. Algo que se viene dando en el mundo y que creo hace falta estimular para que siga fortificándose.

En este contexto, ¿cuál es el rol que cumplen los “círculos de mujeres” que usted insta a formar?
Un círculo de mujeres digno de confianza tiene un centro espiritual y una poderosa capacidad de transformar a las que lo constituyen. Funcionan, además, como grupos de apoyo, como sostenes o plataformas de lanzamiento desde las cuales emprender todos los cambios con los que se sueñan. Cumplen un rol sumamente importante en este proceso de cambio del que hablamos porque es una manera de llevar conciencia de forma “viral” al resto del mundo. Es precisamente lo que los grupos de apoyo de mujeres hicieron en los años 70 en los Estados Unidos. Sostuvieron  a sus pares para que hicieran lo que cada una de ellas quería y necesitaba y en menos de una década las mujeres cambiaron tanto…Con las comunicaciones actuales ¡cuanto más pueden hacer unas mujeres por otras, aunque estén separadas por océanos! Por eso digo que para salvar el mundo las mujeres deben reunirse.

En la práctica ¿cómo es que los “círculos de mujeres” activarán este cambio del que habla?
En muchos círculos hay además de mujeres, muchos varones trabajando. Son espacios que aportan una experiencia extraordinaria de equidad. Son círculos cuyo centro es la sabiduría y la compasión y es precisamente este tipo de organización la que logrará un cambio en la conciencia y en el tipo de relaciones que unen a hombres y a mujeres. Estos círculos trabajan para que mejoren las personas que los conforman, para que mejoren los pueblos en los que están… a la IV Conferencia Mundial de la Mujer realizada en 1995 en Beijin asistieron 50.000 mujeres. A la próxima, si los Estados Unidos la auspiciaran, podrían asistir 100.000 mujeres. Esto podría significar un gran paso en la conciencia y sin duda es urgente que lo demos porque no tenemos tiempo.

En su libro Mensaje Urgente a las Mujeres usted afirma que es tiempo de que el mundo reconozca que necesita de la “sabiduría femenina”. ¿A qué sabiduría se refiere?
Me parece que las mujeres, desde muy jóvenes, tenemos conciencia de que no lo controlamos todo. La menstruación, la preñez, la menopausia son procesos que nos llevan a que reconozcamos que somos más que conciencia y deseo. Aprendemos que estamos conectadas con los ciclos de la luna y de las mareas… Incluso nuestra menstruación se acompasa a la de otras mujeres si convivimos con ellas. La sabiduría femenina es una sabiduría de interconexión. Desde pequeñas aprendemos la noción y tenemos la experiencia de la interdependencia y esto es exactamente lo que el mundo precisa comprender: si lastimamos una parte del planeta, todo el planeta sufre y nosotros con él. Si una persona ejerce violencia sobre otra, toda la humanidad sufre. Si un niño muere de hambre, morimos con él. No hay forma de sustraerse aun cuando creamos que podemos hacerlo. Esa es la sabiduría que las mujeres pueden aportar.

¿Cómo se relaciona esta idea de cambio planetario que usted plantea con el trabajo que ha hecho estableciendo la relación entre diosas mitológicas y la energía femenina? En su opinión, ¿cómo pueden estas diosas ayudarnos a comprender y a actuar en nuestra vida cotidiana?  
Si una mujer posee un talento y ella puede desarrollarlo a lo largo de su vida, se siente satisfecha por haber podido desplegarlo. Si a una mujer tiene una fuerte impronta maternal y puede tener hijos, es enormemente feliz pariéndolos y criándolos. Si a otra mujer le gusta subir montañas o cabalgar y no siente la necesidad de ser madre pero vive en una cultura en la que no tenerlos es inaceptable, ella biológicamente podrá ser madre, pero posiblemente no vivirá su maternidad como un deseo propio, como una respuesta a su propia profundidad, sino como una respuesta a una obligación social. Cada vida tiene un sentido y las mujeres que pueden contactar con los arquetipos o patrones internos que emergen de su interioridad descubren por qué algunas cosas les costaron tanto o por qué lucharon tanto por otras. Cuando una mujer sabe qué “diosas” son las fuerzas dominantes dentro de ella, adquiere auto conocimiento sobre la fuerza de ciertos instintos, las prioridades y también las posibilidades de encontrar un propósito personal a través de las elecciones que realiza.

¿Siente que el silgo XXI ha olvidado a alguna diosa en particular? 
Antes de contestar suspira con suavidad y ríe de buena gana.
Creo que nuestro siglo tendría que descubrir o redescubrir a Hestia, la diosa del hogar. Nuestra cultura parece más interesada en lo que se ve que en el ser de una persona, pero Hestia es una diosa de la “interioridad”. Es la que nos enseña, a cualquier edad, la habilidad de encontrar la paz y la serenidad sin esperar que alguien la provea. Es la diosa con quien queremos estar cuando anhelamos tener tiempo para estar solas, cuando la soledad es un santuario. El fuego simbólico de Hestia es el centro espiritual o la presencia interior que ilumina y acoge el cuerpo y la mente. Pero Hestia desaparece en una cultura competitiva, con lo que creo que esa es la razón por la que tanta falta nos hace hoy.

Hace poco, conversando con un grupo de amigas, les pregunté si de poder elegir, escogerían o bien envejecer y volverse sabias o bien mantenerse por siempre jóvenes. Algunas en broma y otras no tanto eligieron la segunda opción. ¿Por qué cree que nos cuesta tanto aceptar perder la lozanía?
Es que envejecer implica aceptar el cambio y las pérdidas, por lo tanto es obvio que haya resistencias. Sin embargo, si además de ver nuestro rostro surcado por arrugas, y de constatar que los hombres ya no se dan vuelta a mirarnos, podemos también acoger y celebrar nuestros aspectos sabios y compasivos, entonces comprendemos que cedemos algo para ganar otras cosas. A una mujer le lleva nueve meses prepararse para el advenimiento de su hijo, pues bien, para envejecer también se requiere de un tiempo. Y a medida que este pasa, si eres sabia o tienes suerte te descubrirás siendo valiosa por cosas que tienen que ver con tu profundidad y que no se perciben cuando entras en una sala, pero allí están, brillando en tu interior.

Después de todo lo dicho, si pudiera pedir un deseo sabiendo que le será concedido,   ¿qué pediría?
¡Qué pregunta!, luego de una breve pausa, desgrana con lentitud sus ideas. Aunque creo que    debería meditar bien mi respuesta, creo que lo que pediría es que se detuviera la violencia contra las mujeres. Porque si se la frena, muchos niñas y niños tendrían la posibilidad de tener infancias completamente diferentes. ¡Con ese sólo cambio tantas cosas serían diferentes en el mundo! Tanto de lo malo de la humanidad proviene precisamente del abuso infantil que si  pudiéramos ponerle fin, podríamos cortar círculos de violencia que tienen que ver con que un niño abusado muchas veces se convierte en un abusador. Mi deseo, mi sueño y mucho de mi trabajo tiene que ver con que se pase del abuso de la violencia a la riqueza de la comunicación. Realizado este pasaje, habremos dado un milagroso paso adelante en nuestra evolución.