Hombres
que honren los pantalones
Me conmueven los hombres que se ponen polleras o zapatos con taco o que
se pintan los labios para mostrar su solidaridad con las mujeres víctimas de la
violencia de género. Me emociona la buena voluntad que los impulsa, sus
objetivos altruistas e inobjetables, la empatía compasiva que los lleva a
tomarse todo ese trabajo y, cómo no decirlo, toda la incomodidad. Pero para mí
no es así como cambiamos una realidad en la que una mujer muere cada treinta
horas y unos paradigmas que nos lastiman hasta lo indecible. Muy por el contrario.
Así como no quiero que para escalar en una corporación deba
masculinizarme o imitar el código masculino, así como no quiero que para ser
exitosa deba tener buenas relaciones con el “club de hombres” para que me
incluyan en las actividades extra oficina que es en donde en verdad se toman
las decisiones, así como no quiero necesitar un mentor varón para que me abra
las puertas del desarrollo profesional “en serio”, así como no quiero tener que
blindar mis emociones para que no se me escapen en el trabajo y entonces me
consideren confiable, no quiero que los varones deban disfrazarse de lo que no
son para erradicar los distintos tipos de violencia que afectan hoy a tantos
cientos de mujeres en nuestro país y en el mundo. No es justo para ellos y no
es coherente con lo que muchas mujeres pedimos.
El próximo 25 de noviembre se celebra una vez más el Día Internacional para la Eliminación de la
Violencia contra la Mujer y sería bueno que para celebrarlo más varones
entraran solidaria y amorosamente a aportar de “afectivo” y no sólo de “efectivo”. Es decir, a hacerse
cargo de una porción importante del trabajo del hogar que de otra forma recae
sobre sus mujeres (que también trabajan fuera del hogar) y las deja exhaustas y
muchas veces resentidas. Que más varones estuvieran presentes en las vidas de
sus hijos enseñando modelos masculinos de nutrición y afecto. (Sólo un varón
puede enseñarle a otro cómo es que cuidan y sostienen afectivamente los varones).
Que más varones líderes en los
directorios de las empresas invirtieran parte de su tiempo en subsanaran las
diferencias salariales que afectan a tantas mujeres que ganan hasta un treinta
por ciento menos que sus pares varones en igual posición, solo porque son
mujeres. Que más hombres dejaran de considerar las licencias por maternidad
como costos laborales no sólo porque esas mujeres que se embarazan podrían ser
sus mujeres, hermanas, amigas o hijas, sino porque esas mujeres también forman
parte del talento que impulsa y
enriquece la organización. Que cuando
los legisladores legislan leyes útiles para prevenir la violencia contra la
mujer o la trata de personas, no dejen de votar los presupuestos necesarios
para que esas leyes tengan un impacto real en la vida de la ciudadanía. Todas estas formas, entre muchas más, son
maneras de trabajar para reducir la violencia contra las mujeres. Porque no
toda violencia tiene forma de golpe, aunque el golpe es la más explícita y mortal
de todas las violencias. Y sería muy buena noticia que hicieran todo esto como
varones, con toda su fuerza, toda su pasión, toda su poderosa capacidad para transformar
el mundo.
La sociedad en su conjunto necesita más varones que como varones trabajen
para que hombres y mujeres podamos mirarnos a los ojos con apreciación porque
somos diferentes y porque gracias a esas diferencias, el mundo es más rico, más
amplio, más interesante. Sueño, en fin, que ni hombres ni mujeres tengamos que
travestirnos para desplegar nuestros talentos y sueños, nuestras visiones y
nuestros anhelos. Este es el alcance de mi esperanza.
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