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martes, 25 de agosto de 2015

¿Quiénes son hoy las mujeres fuertes?


Las mujeres somos hoy en día un poco más de la mitad de la humanidad,  aportamos casi el 50 por ciento de la fuerza laboral que mueve los negocios globalmente y llevamos la parte más pesada del trabajo doméstico y familiar. Además, somos multitud cuando se considera la cantidad de horas que le dedicamos al trabajo voluntario. Las mujeres hemos logrado un espacio propio en el mundo del trabajo, de la economía, de la política una masa importantísima a la hora de considerar el trabajo voluntario en organizaciones sin fines de lucro. Somos, además, las que gestionamos el universo emocional del trabajo extradoméstico, entre tantas cosas más. Hace unos días volví a encontrar una entrevista a la economista española Nuria Chinchilla, especialista en gestión de empresas. Ni bien empecé a leer me di cuenta que estaba frente a una mujer fuerte de veras, es decir fuertemente femenina. En la nota, al referirse a la posición que las mujeres ocupamos en mundo del  trabajo extra domésticos, dijo, “Los que están arriba son hombres. No hay, casi, referentes femeninos. Entonces ¿a quién vas a emular? Eso es lo que ha venido ocurriendo y lo que empieza a cambiar, con cada vez más mujeres que sí son agentes de cambio, que son capaces de conducir sin perder su feminidad y que son tan talentosas y tan valientes que logran que su capacidad de mandar sea aceptada. En España no hay antecedentes de mujeres directivas en grandes empresas, aunque ya tenemos un 33 por ciento en esas funciones en pequeñas y medianas empresas. Son paradigmáticos los casos de Amparo Moraleda, presidenta de IBM para toda España, y de Rosa María García, con igual cargo en Microsoft. Ella ganó un premio como empresaria y, cuando llegó la hora, se tomó sus cuatro meses de licencia por maternidad. Un ejemplo de lo que hay que hacer, para lo que se requiere coraje. Realmente se animó a cambiar una cultura de empresa. Lo que no se termina de valorar es que la maternidad, igual que la paternidad, desarrolla competencias magníficas para las compañías. Paciencia, delegación, planificación, trabajo en equipo, comunicación. Mil temas que son trasladables a la empresa, a lo que se suma el mayor compromiso”.
Coincido con sus palabras porque hace rato vengo sintiendo que muchas de nosotras vamos dejando erosionar nuestra feminidad en nuestros puestos de trabajo, creyendo que de esta forma, lograremos el tan ansiado reconocimiento/éxito. De alguna forma nos creímos la idea de que si trabajábamos como varones, seríamos recompensadas como tales. Pues bien, no es así. Lo que sí logramos es, por lo general, que los varones compitan contra nosotras como si fuéramos el enemigo, pongan en juego los siglos de experiencia que tienen en estas lides de lucha por el poder, de las que salimos sino mal paradas, seguro que llenas de “magullones”. O no, porque también se dan casos en los que las mujeres ganamos, porque fuimos aún más despiadadas que nuestros contrincantes. En esos casos la pregunta que me brota inevitablemente es ¿qué hemos ganado? Así como está planteado el enfrentamiento, el que gana pierde y se pierde, al mismo tiempo.
Lo que creo que en verdad sucede es que  las mujeres (y los varones si se animan) tenemos una oportunidad extraordinaria para ganar y hacer que el resto (el mundo entero) gane si ponemos a disposición de los otros eso que es propio del liderazgo encarnado en mujeres femeninas: horizontalidad, trabajo en equipo donde lo que se busca es el triunfo del equipo y no del individuo, tejido de redes, algo absolutamente afín con las destrezas que las mujeres ponemos en juego cuando somos madres… Y las aliadas perfectas para esto son otras mujeres. Esto último es importante porque en esta carrera competitiva, muchas olvidamos que las otras mujeres son nuestras aliadas naturales. ¡Cuánto le exigimos a nuestras colegas mujeres! Muchas veces más que a nuestros colegas varones.
La fortaleza de lo femenino fluye por un río que todavía corre de manera demasiado sutil. De vez en cuando se derrama por la superficie, nutre y renueva la vida para luego volver a esconderse. Porque las mujeres somos fuertes si como mujeres abrazamos, trabajamos, cargamos a nuestros hijos, enseñamos, pensamos, dirigimos empresas y países, besamos, acariciamos, contenemos, lloramos, arrojamos piedras para defendernos de las injusticias,  cuidamos, mantenemos encendido el fuego que da calor, que da la bienvenida, ganamos nuestro sustento, protegemos al que lo necesita, … Pero perdemos nuestro poder, las raíces mismas de lo que nos sostiene cuando salimos, aisladas unas de otras, a hacer aquello que hacemos de una manera que distorsiona nuestro espíritu o nos masculiniza. Creo que la pista a seguir está condensada en el extraordinario poema de Marge Piercy, Para las mujeres fuertes (fragmento):

Una mujer fuerte es una mujer que ansía el amor
como si fuera oxígeno para no ahogarse.
Una mujer fuerte es una mujer que ama con fuerza
y llora con fuerza y se aterra con fuerza y
tiene necesidades fuertes. Una mujer fuerte
es fuerte en palabras, en actos, en conexión
en sentimientos; no es fuerte como una piedra,
sino como la loba que amamanta a sus cachorros.
La fuerza no está en ella, pero la representa
como el viento llena la vela.

Lo que la conforta es que los demás la amen,
tanto por su fuerza como por la debilidad
de la que ésta emana, como el relámpago de la nube.
El relámpago deslumbra. Llueve,
las nube se dispersan. Sólo permanece
el agua de la conexión, fluyendo por nosotras.
Fuerte es lo que nos hacemos unas a otras.
Hasta que no  seamos fuertes juntas,

una mujer fuerte es una mujer fuertemente asustada.